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Donde hay pelo no hay alegría

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A finales del siglo XIX, a Giovanni le dieron un chivatazo.

 

"En el Cantábrico encontrarás el mejor género para lo tuyo".

 

Por aquella época los bocartes (o boquerones), se utilizaban como cebo para pescar otros peces más grandes como besugos o congrios, de hecho si caía alguno en las redes, por lo general, lo devolvían al mar.

 

Pero en Italia no era así y chupaban hasta las espinas de este pequeño pez

 

Cuando en el Mediterraneo empezaron a tener escasez, tuvieron que buscar otros mares en los que pescar.

 

Y viajaron a costas cantábricas, durante la costera, en busca de bocartes que después enviaban a su país conservados en salazón.

 

Durante una de esas primaveras Giovanni Vella conoció a Dolores, una santoñesa muy salada.

 

Nació el amor y se instaló en el mítico pueblecito de Cantabria.

 

Hasta entonces el bocarte se vendía entero con su cabeza y sus espinas.

 

El engorro de limpiarlo en casa, le dio una idea.

 

Dejarlas limpias y meterlas en mantequilla, un método de conservación que ya se hacía en Italia.

 

En cierto momento lo sustituyó por aceite de oliva y montó la primera empresa de anchoas en conserva ya limpias, La Dolores.

 

Nace el oficio de sobadora, mujeres que limpian los bocartes a mano, uno por uno liberándolos de su cabeza, piel y espinas.

 

Décadas después, en el País Vasco, visionarios del método plato, las insertan en un palillo y la acompañan de una aceituna y una piparra.

 

Una historia que ya hemos contado anteriormente pero que, tarde o temprano, siempre volvemos a ella

 

Es lo que tiene soñar con gildas y no con ovejas eléctricas.

 

Si quieres descubrir las nuestras es aquí.

 

Un apartado que siempre nos recuerda que la vida ye muy corta pa comer anchoas con pelu.

 

La Quesería Gijón

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Foto de Asociación Santoñismo

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