Apunta al azul
Cuando la vida te da tranvías
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El 16 de septiembre de 1925, Frida Kahlo sube a un autobús en Ciudad de México.
Va con su novio. Tiene 18 años. Y la vida por delante.
Y también por detrás, por los lados, por encima…
Porque justo en ese momento la vida le pasa por encima en forma de tranvía.
Literal.
El autobús queda destrozado. Frida también.
Una barra de hierro le atraviesa el abdomen y le sale por la cadera. Se parte la columna, la pelvis, la pierna, el pie, y la madre que parió al tranvía.
Pero no se muere, no.
Se queda aquí. Y no solo eso. Se convierte en una de las artistas más potentes, crudas y reales del siglo XX.
Autorretratos, dolor, pasión, bigote, Diego Rivera, política, tequila, más dolor, monos, color, úteros vacíos, comunismo, Nueva York, París, otra vez dolor.
Y pintura, siempre pintura.
Frida no vendió mucho en vida. No fue rica.
Pero dejó una obra que se te agarra al pecho como un corsé roto.
Arte brutal hecho desde una cama, desde una silla de ruedas, desde la cicatriz abierta por aquel autobús.
Frida no solo dejó cuadros. Dejó una forma de mirar el dolor y no bajarle la vista.
Tú y yo, probablemente, no tengamos tranvías.
Pero sí alguna hostia en forma de lunes, alguna fractura emocional o familiar, alguna pérdida.
Y ahí es donde podemos elegir: cerrar las ventanas o invitar a alguien a cenar.
Y abrir el queso.
Frida seguro que habría montado un buen sarao con uno de los azules de nuestra web.
Y tequila, claro.
Que acabes de pasar un gran día
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La Quesería Gijón
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